Cada mañana, en el instante justo que el sol asoma entre las montañas, el viejo Nkuati repite el mismo ritual: con los brazos en cruz y lágrimas de emoción, da gracias al sol por más un día de luz y calor. Luego abraza a su mujer y se va a faenar al campo. El sol por su parte, le devuelve su gratitud en forma de energía para el sustento. Ha sido así día tras día, sin faltar uno, desde que el tiempo es tiempo, haciendo que la existencia de Nkuati esté profundamente ligada al sol. A sus no-se-sabe-cuántos años, puede decirse que su ciclo no es vital, sino solar. Tanto que los aldeanos en señal de respeto y admiración, lo llaman “Nkuati, el Viejo-Sol”.
Sin embargo hoy sucedió algo terrible. La mañana parecía
noche. El sol no salió por entre las montañas como cada día y Nkuati no se
despertó. Una densa nube presagiaba lo peor. Su mujer desesperada pidió ayuda y
un médico local se personó en la cabaña, abriéndose paso entre la oscuridad.
“¿De qué ha muerto?”, le preguntaban los aldeanos, a lo que el médico, después
de examinar minuciosamente el cuerpo, respondió:
–Nkuati ha muerto por la
ausencia del sol.
Los allí presentes sintieron que se equivocaba. Incrédulos
se miraron en silencio, convencidos de que todo estaba sucediendo justamente al
revés.