Octubre 2010
De pie
junto a la escena del crimen, Juan lo analizaba todo minuciosamente. La lluvia
había borrado las marcas físicas. No había indicio de lucha. Halló un calcetín
y una zapatilla que la victima presuntamente perdió al caer. El principal
sospechoso había desaparecido sin dejar huellas. Para Juan estaba claro que la
caída sufrida por la víctima no era accidental sino intencionada, un intento
fallido de homicidio. Los objetos encontrados y las pruebas de ADN le
permitirían fundamentar su alegato… Anotaba sus hallazgos, cuando escuchó
pasos. ¿Algún testigo, quizás? Se volvió y vio entonces a su mujer:
–¡Juan!
¿Otra vez jugando a ser Horatio Caine de CSI? No insistas. Ya te he dicho que
el chiquillo salió al portal, el suelo estaba mojado, no vio la tortuga, la
pisó, resbaló y se cayó. ¡Punto!
Imperturbable, Juan la miró de soslayo y
seguidamente anotó en su cuaderno: “No hay testigos”.
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