Enero 2011
–¿Y de
beber, señor?
– ¡Gaseosa!– le respondí a la azafata, mientras degustaba un
suculento Filet-mignon a 35.000 pies de altura.
Al fin regresaba a casa. Atrás
quedaba Kansas y el hotel donde me reuní secretamente con aquella criatura de
voz metálica y ojos de azogue. Fue un encuentro curioso, pero inútil. Me
propuso un pacto por sentar a alguien en el banquillo.
–No recibo ordenes y no
seré su abogado–. Fui muy contundente.
Nunca rechazo un trabajo, pero defender a alienígenas que creen estar siendo exterminados por humanos mutantes, era tan
absurdo como confundir la realidad con la ficción. Un autentico disparate.
Ahora, aquel encuentro era solo un recuerdo. Mañana retomaría mi rutina
habitual en el juzgado.
–Excelente cena– le comenté sonriente a la azafata.
Entonces ella, apartándose el flequillo para guiñarme el enorme ojo que le
crecía en la frente, respondió:
–La carne de alienígenas es de primera, señor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario