Diciembre 2009
Aislada
en casa, revisaba con lupa una nómina y varios documentos. Buscaba datos para
argumentar la defensa. Era el primer caso importante de mi carrera como
abogada. Defendería a un compañero acusado de mala praxis en el ejercicio del
arbitraje internacional. Un lío gordo. Estaba ansiosa y no tenía tiempo para
nada más, cuando sonó el teléfono:
–Ven al juzgado, alguien ha interpuesto una
querella contra ti por hurto.
–¿Qué me dices?
Solté todo y corrí a la estación.
No comprendía nada. Ya en el metro, las imágenes se sucedieron claramente:
primero fueron chocolatinas, después aquel rímel barato en una apuesta con las
amigas, después probadores de perfume, varios libros de Derecho, el CD de
Vangelis o las bragas rojas del supermercado. ¡Dios mío! Llegué al juzgado
desaliñada y temblando. Al entrar, sentí como todos me miraban. Quise echar a
correr, pero algo me detuvo… “Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz…”